Hacía tanto tiempo que iba con la cabeza agachada que hace unas semanas, mientras paseaba por la ciudad, encontré a mi paso a una mujer, tirada, allí en el suelo. Era lo primero que acertaba a ver en mucho tiempo, y con mucho cariño la recogí y la puse donde le tocaba.
Ni más abajo , ni más arriba. Ni en la popa ni en la proa. En el sitio justo. Ese, que, aún sabiéndolo de siempre, se te escapa a tu mirada. En aquel momento pensaba que no la conocía, seguramente por lo cambiada que estaba, pero en realidad había algo que me recordaba a algo y alguien.
La encontré pisoteada, maltratada y rechazada. La observé detenidamente. Quité la mirada en un primer momento porque había algo que no me agradaba en ella, pero mi cuello, como si de un acto reflejo se tratara, se giró y la volvió a mirar ... detenidamente ...
En su piel, sucia, podía leerse como había estado arrastrándose sin parar detrás de todo aquel del que se enamoraba. En las palmas de sus manos podía verse todo lo que había hecho para que la quisieran aquellos que la rodeaban, haciendo un esfruerzo insuperable para que la valoraran, y que en realidad, no servía para nada. Se la veía agotada y sin energía. Vampirizada.
Continué el recorrido por su gesto. En las comisuras de sus labios deshidratados se veía como se había desgastado y su garganta había quedado seca de pedir perdón y se había cerrado. Había estado más de 1 año sin poder hablar. Sin decir lo que necesitaba, lo que le gustaba o lo que no. Alejada de sí misma. Castigada por ella misma. Juzgada por ella misma. No escuchada ni por ella misma. Y ahora rechazada por aquellos que no la quisieron ver.
Olía a abandono. Olía a dolor ... dolor de herir a otro.
Lo unico que tenía un poco de color eran las mejillas. Era un color amoratado tal vez de recibir lo que la vida le había estada dando. Supuse ... que unos buenos bofetones, a ver si despertaba de una vez. Pero ese, el de la violencia del silencio violento, no era el camino. Ignorarla tampoco lo era , aunque otros lo hubieran hecho antes y lo sigan haciendo.
No sabía que hacer. Estaba paralizado ... como ella lo había estado. Después, acerté a ponerle mi mano derecha en su cara y sin decir nada, en un principio, con tan solo mirarnos nos lo dijimos todo. No la habían querido escuchar en su momento. La ropa vieja que le sobraba la metí en un container y, aunque desnuda, su cuerpo comenzó a calentarse en el frío de la noche.
Ya de pie, a la misma altura ... nos miramos a los ojos y nos reconocimos ... ...
Esa mujer se llamaba DIGNIDAD y ... era la mía. La abracé y le dí la bienvenida con una sonrisa:
BIENVENIDA DIGNIDAD